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lunes, 22 de diciembre de 2014

PASANDO EL LUDOMINGO CON EL SÍMBOLO ARCANO. CAPÍTULO 1. PRÓLOGO.

Como ya habéis leído (Pasando el Ludomingo con el Símbolo Arcano. Presentación), el azar eligió por mí a mis actantes: Monterey Jack, arqueólogo de profesión, Jenny Barnes, gánster de ocupación, sobre todo experta en antiguallas, y Amanda Sharpe, la estudiante. Bien además de haber elegido, aleatoriamente al Primigenio Hastur la composición y comienzo de la partida quedó de la siguiente manera establecida: 



El reloj se convertiría en pieza angular del mecanismo del juego, avanzando el tiempo situado en la zona superior mientras que en la inferior estaría la hoja de la Entrada al Museo, donde los investigadores podrían ir a recuperarse de algún susto o fatal descubrimiento, al mismo tiempo que poder conseguir artículos muy preciados como objetos únicos, hechizos, aliados o incluso los valiosos símbolos arcanos. Lo que hay dispuesto en la zona central sería las diferentes estancias del museo, que en algunos casos también se convertirían en localizaciones exteriores cercanas al mismo. Esas seis cartas de tamaño Tarot representarían las habitaciones/aventuras por las cuales mis intrépidos investigadores podrían introducirse para conseguir los símbolos arcanos y poder vencer al Primigenio. Bien, teniendo en cuenta esto y sabiendo que nos encontramos en  medio de un taller creativo (teórico de momento), nuestra imaginación empieza trabajar al mismo tiempo que el propio juego. En la opción lúdica empezaríamos a mandar a uno de nuestros aventureros a realizar tareas implícitas en las cartas tirando los dados correspondientes pero a la hora de escribir, tendríamos que crear un comienzo a los acontecimientos. Intentar seguir un orden lógico a nuestra estrategia narrativa. A decir verdad habría que inventarse toda la historia. El Símbolo Arcano nos propone las herramientas pero nosotros tenemos que darle a la cabeza para pergeñar la trama. Por lo tanto la primera acción sería la de escribir un prólogo. El exordio de una obra, aquello que acontece lo primero, antes de que algo se desarrolle dentro de una estructura dramática. Podría ser la presentación del protagonista si siguiéramos un orden aristotélico. La idea sería la de construir un suceso que enriqueciera a la trama principal, que nos presentase al héroe y nos dejase un buen sabor de boca. Que nos inquietásemos por lo que le sucede y, como si fuésemos agarrados de su mano, aventurarnos con él a lo impredecible y terrorífico.
Elegiría por ejemplo a Amanda Sharpe como la primera y ya que es una estudiante y ha conseguido de una de sus cartas, un objeto único, el Libro de Dzyan la ubicaría en el Archivo, que de las seis aventuras es la que más lógica tiene, desde los parámetros establecidos por el juego mismo (es estudiante y posee un incunable).



Su historia bien podría empezar así (nota: las palabras subrayadas son los títulos de las Cartas de Aventura y las escritas en negrita corresponde a los títulos de las Cartas de objetos y aliados):

Las gafas se deslizaron hasta frenar su caída en la respingona punta de la nariz. Se despertó bruscamente y, todavía soñolienta, estiró su cuello para mirar aturdida a su alrededor. Lo primero que se le pasó por la cabeza fue su estado. ¿Cómo diablos se había podido quedar dormida? Amanda Sharpe se desperezó en El Archivo del museo mientras miraba el reloj de pared que marcaba la medianoche. Un escalofrío recorrió su cuerpo al observar que era la única persona de la sala. ¿Dónde estaba la gente? Pensó y bostezó llegando a una conclusión. Por la hora seguramente que se habrían ido a sus casas pero, ¿por qué nadie la despertó? El ceño de la joven universitaria se fruncía extrañándose de la situación que estaba viviendo. Una mezcla de ridícula e insólita al mismo tiempo rozando el surrealismo. Recolocó sus gafas e irguió su cuerpo mirando un libro que tenía a su lado. La portada, un fondo rojo inundado el espacio y ahogando el título del mismo escrito en letras góticas y en color oro, parecía mantenerla hipnotizada por unos segundos. El Libro de Dzyan. Inmediatamente recordó porque había ido al museo y porque se encontraba en el archivo del mismo. Estaba recabando información para su tesis final sobre la teosófica Helena Petrovna Blavatsky. Autora rusa cuyo trabajo giraba en torno al misterioso volumen, conocido por los especialistas como el primer libro de la humanidad creado mucho antes de la invención de la imprenta. No era un libro usual, era un conjunto de pergaminos antiguos realizados en hojas de palma que incluía registros de toda la evolución humana en un idioma desconocido hasta la fecha. Una especie de crónica de la evolución donde había poca letra y muchos dibujos de insólita factura, diferenciándose uno de ellos por su persistente repetición en cada hoja: un extraño símbolo en forma de estrella de cinco picos con un signo en su centro. Hipótesis o no, lo cierto es que el museo poseía una copia de tan singular libro y Amanda quería verlo en persona.

La joven cogió el incunable y se levantó hacia el final de uno de los pasillos que conformaban la laberíntica distribución del archivo. A medida que avanzaba todo le parecía cada vez más raro. Una anormalidad que se hermanaba con las cosas más singulares que habitaban en las diversas estanterías por las que pasaba. Insólitos volúmenes devorados por telarañas, viales que contenían líquidos de colores muy vivos e incluso restos de osamenta de origen desconocido siendo invadidas por múltiples capas de polvo. De pronto oyó unos susurros, parecía que al fin y al cabo no estaba sola y decidió seguirlos llegando a la oficina del encargado del archivo. Cuando llegó vio que estaba completamente desierta, sin resto del personal y sin indicios de que habían estado trabajando allí. Otro escalofrío, éste de mayor intensidad, la atenazó completamente. Amanda empezó a sentir miedo y retrocedió para intentar salir de allí. Si antes las estanterías la parecían los compartimentos perfectos donde resguardar el conocimiento, ahora la parecían los espacios más amenazantes. A cada paso que daba parecía estar más lejos de la salida y la acompañaba una extraña sensación: las estanterías parecían desplazarse hacia su cuerpo intentando cerrar su camino.” 


Ya que seguimos con libros, elegiría a mi arqueólogo para continuar este prólogo/presentación de los protagonistas, ya que ha conseguido otro fabuloso volumen: Cultos Inconfesables, además de un Revolver del .38. Y es que Monterey Jack es un hombre de acción, con un poco de sobrepeso pero de acción y lo pondría en una situación muy embarazosa antes de visitar la Oficina de seguridad del museo, jugando con una de las herramientas temporales más utilizadas hoy en día:


Su corazón empezó a acelerarse al mismo tiempo que oyó las primeras voces. Su pesado cuerpo deambulaba desorientado. Las voces cada vez parecían más cercanas y los haces de luz se filtraban por la tela de la capucha negra que llevaba puesta. Sabía que lo habían llevado a un sitio profundo, bajo tierra quizás, por la bajada de temperatura que sintió y también por el terreno que estaba pisando, uno arenoso y lleno de irregularidades geográficas. Monterey Jack sabía que había molestado a alguien, lo suficiente como para que le secuestrasen y eso le preocupaba y lo reconfortaba al mismo tiempo porque significaba que estaba en peligro pero también, que iba por la senda correcta de su búsqueda. Adentrándose en un terreno peligroso, alejado de sus clases de arqueología en la universidad, no le importaba; lo que verdaderamente apreciaba era el trabajo de campo y éste en concreto, le había llevado la mitad de su carrera por no decir toda su vida. Todo empezó hace mucho, cuando en uno de sus primeros viajes al extranjero descubrió un manuscrito que le serviría de guía, Cultos Inconfesables. Un voluminoso libro hallado en una bodega vaticana que hizo revelarle el fascinante mundo del Rey Amarillo. Una leyenda que se solidifico en su cabeza y que desde ese momento, quiso hacerla realidad: buscar vestigios, lugares, nombres que remitieran a ese Dios Pagano, conocido como el Primigenio Hastur. Un foco de luz  persistente impacto directamente en el rostro del arqueólogo, haciéndole detenerse a él y a sus captores. Uno de ellos le quitó la capucha violentamente. Un bigotillo inclinado a lo Errol Flynn apareció en plena acción. Monterey alzó su cabeza y abrió sus ojos encontrado una potente luz que lo cegó al instante. Al poco tiempo, los ojos del arqueólogo se acostumbraron a la luz y pudo observar tímidamente donde se encontraba. Delante de él había un grupo de individuos, no más de una quincena ataviados con túnicas amarillas. Encapuchados estaban arrodillados y empezando un canto. La vestimenta de los congregados no le resultaba extraña al arqueólogo, ya que la había visto con anterioridad en el extraño libro que había llegado a sus manos en el pasado. No tenía la menor duda ahora, había sido raptado por el culto Hastur.
Y pensar que hace un par de horas se encontraba en La Oficina de Seguridad del museo de Arkham, contrastando su último descubrimiento. Un extraño objeto encontrado en la planicie de Guiza hace un mes exactamente cuando un colega, el profesor Harvey Walters, le invitó a unas nuevas excavaciones en el Valle de los Reyes del Cairo. Cuando entró en la sala la encontró totalmente desordenada. Era como si hubiese pasado un huracán en la oficina dejando un caos a su alrededor. Monterey se cubrió las espaldas y sacó de su bolsillo un Revolver del .38. Había viajado por el mundo y este tipo de situaciones las había vivido desafortunadamente muchas veces. Aseguró todo el perímetro de la oficina sin descubrir nada, ni ver a nadie. No se tranquilizó, todo le parecía muy extraño. Se habían puesto en contacto con él  esta misma mañana para que llevase el objeto al museo para poder descubrir más cosas acerca del mismo. Empezaba a pensar que no se encontraba en ninguna oficina de seguridad sino en la misma boca del lobo. Esa idea le hacía estar preparado para lo que fuese pero también se enfrentaba al peligro con una sonrisa perpendicular, puede que por fin pudiese saber quién estaba tras una serie de “accidentes” que le habían ido acompañando desde el hallazgo del objeto.

Y al final la acción predomina y el último personaje es heredero forzado de la misma. Jenny Barnes está enfadada con el mundo por eso siempre lleva consigo una cierta seguridad en forma de arma, una metralleta. A ella la posicionaría a punto de transgredir la ley en Reliquias del pasado:


La oscuridad la rodeaba y eso la gustaba. Ella lo había propiciado y no había nada que la hiciese más feliz que sentirse protagonista de algo. Sus ojos gatunos vigilaban el compartimento donde se había escondido durante un par de horas. El único susto que se llevó fue cuando los operarios del museo depositaron la caja en el almacén del mismo. Una fuerte sacudida se multiplicó en el interior del oscuro espacio haciendo peligrar la misión y su vida pero sólo se quedó en un susto, aunque podía haber sido otra cosa peor. Por la cabeza de Jenny Barnes desfilaban comparsas de argumentos por los cuales podía llegar a ser traicionada algún día. En el mundo donde vivía era muy lógica la traición y había que andarse con mucho ojo. Su forzada sociedad con Michael McGlen y su clan habría respondido a una “medida cautelar”  para su protección. La señorita Barnes era muy buena en lo que hacía pero mujer al fin y al cabo, y en una sociedad dirigida por hombres eso podría resultar bastante peligroso. Sola no habría durado ni un día, aliándose con una de las bandas más peligrosas e influyentes de Arkham la otorgaba más tiempo para sobrevivir. Dejó de oír voces como una hora atrás y solamente oía las de su pensamiento. Parecía que ya no había gente en el almacén pero si un tumulto en su mente. Su vida no había sido fácil, nacer en un poblacho del oeste norteamericano no te abre mucho las puertas del éxito. Si además eres una mujer y encima tienes la mala suerte de vivir en la peor crisis americana de todos los tiempos, te quedan pocas opciones. Así que decidió aventurarse y coger el mundo por montera, escapándose una noche no sólo de su pueblo sino de un padre maltratador y de una familia humillada para no regresar jamás. Aunque ahora mismo esa palabra parecía eterna en la cabeza de Jenny.
Las cajas estaban ordenadas por volumen en el interior del almacén. Todas formaban bloques inamovibles pero, de pronto una se movió. De un lado de una de las cajas salió una culata de Metralleta y lentamente el agujero se agrandó hasta que Jenny Barnes salió de su interior. Lo hizo como si fuese un bebé naciendo en ese momento. Se incorporó elegantemente sin hacer doblar ni un centímetro de su vestido de fiesta azul. Miró a su alrededor atentamente y decidió explorar el almacén pero a la segunda zancada se acordó de algo palpando su melenita negra. Pareciera que la faltase algo así que retrocedió lo andado para introducir su mano en el interior de la caja y sacar un gorro con una pequeña extensión ala ancha que se lo puso al instante. Ya estaba preparada la gánster para realizar su trabajo. La señorita Barnes tenía un currículo muy extenso en labores de tráfico de antigüedades y en pasar al otro lado de la ley en cuestión de segundos, de ahí lo de su pequeña “piccola” como la llamaba ella. Había seguido de cerca las nuevas adquisiciones del Museo de Arkham y esta noche se encontraba buscando el nombre de la nueva exposición. Reliquias del Pasado abriría dentro de un par de meses y ella se encontraba allí para poder limpiar todo lo que pudiese o encontrase de más valor. La prueba había sido difícil. Se había mantenido oculta en el muelle de la ciudad y había localizado las cajas que provenían de Asia pertenecientes a dicha exposición. Logró conseguir introducirse en una de ellas y estuvo esperando el momento para que la transportasen al museo. De eso ya habían pasado casi doce horas y Jenny seguía igual que como entró. Preparada y lista para realizar inmaculadamente su trabajo.

CONTINUARÁ...

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