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martes, 4 de junio de 2013

SESIÓN CONTINUA (IX). MUTACIONES DE LA AVENTURA.

Cuando se es niño, una de las armas imprescindibles para combatir el tedio de la realidad impuesta (llámese obligaciones como hijo, como ser dependiente del núcleo familiar) es la imaginación. Cuando vas creciendo, no solo la familia sino también la sociedad circundante, te va desparasitando de esa opción inyectándote el germen de la adolescencia teórica, que por irónico que suene, al mismo tiempo es de lo que más se quejarán después, utilizando la manida frase de que es una época muy difícil. Y así llegamos a la mayoría de edad convertidos en seres hechos y derechos, preparados para afrontar la vida adulta. Ahora más que nunca, sabemos que eso se está convirtiendo en algo muy difícil. Salir de casa resulta una tarea títánica y la independencia económica se ha transformado en algo parecido a una quimera y, por paradójico que parezca, nos volvemos a situar en un cruce de caminos donde el hastío aparece implantándose eternamente en nuestras vidas para hacérnosla más complicada, si cabe. ¿Qué nos queda para hacerle frente? ¿Qué podemos utilizar para derrotarlo? No nos olvidemos del sentido común y sobre todo de mucha dosis de imaginación. La creatividad en estado puro que barra las frases pasadas de: "Eso es para niños", "si sigues por ese camino no vas a llegar a ninguna parte", "no seas tan infantil", etc, etc.
Cuando recuerdo las calles de Medina del Campo, recuerdo sus recovecos  más inaccesibles, los más oscuros, aquellos que me proporcionaron las horas de aventura más fantásticas, alimentando mi imaginación por la literatura y el cine. Incluso en mi hogar siempre he tenido como compañera de fatiga a la aventura. Una mesa de salón y sus sillas rodeándola me bastaban para convertirlas en un bosque profundo y peligroso para mi hermano y para mí. Un pasillo alargado se mutaba en un estadio, donde jugar contra mi hermano a intentar encajar una pelota en su posición. Unos sofás podían perfectamente transformarse en una nave espacial. Y una vez fuera de mi casa, la cosa prometía. Esperando, simplemente pasando el tiempo a lo vitelloni, en una tienda de chuches veía una simple boca de alcantarilla y me parecía la entrada a un mundo fantástico donde podría encontrarme con todo un bestiario maravilloso. Incluso ponerme a tatarear cualquier melodía, obtenida de alguna película o serie de televisión, me hacía despegarme de mi realidad, aventurándola a nuevos mundos. La aventura se encuentra en cada esquina y solo hace falta mutarla.


Tanto Último tren a Katanga (1968) como El misterios de la Pirámide de Oro (1988), nos proponen un viaje a la aventura, pero de una manera camuflada. Uno desde un parámetro realista crítico y otro, cercano a la fantasía cómica. El film de Jack Cardiff se enmarca en el contexto caótico de una de las provincias, Katanga, del Congo a finales de los años 60 (el film es una adaptación de una novela del escritor sudafricano Wilbur Smith). Y el de Ken Wwapis, aunque lo hace en un momento contemporáneo, los 80 del siglo pasado, nos traslada al enigmático mundo de los andes. Las posturas genéricas elegidas, que atañen a las formales por supuesto, son las que disfrazan el genero aventurero, transformándolo en un drama o en un romance según se mire. Exploremos.


El título original del film, Dark of the Sun (aunque también utilizado The Mercenaries), invoca a la fuente original literaria, The Dark of the Sun (1965) pero sin el artículo. A lo mejor la producción quería que lo que mostrase la historia acarrease una connotación más generalizada, implicando a sus personajes y por tanto, lo qué hagan o cómo reaccionen, convirtiéndolo en algo inherente a la condición humana. El artículo (the) siempre apunta, individualiza el nombre y en este caso, eliminándolo del título busca el efecto contrario, lo que pasó allí puede estar pasando o pasó en otro sitio del planeta. Perdonadme la deriva analítica pero cuando algo te apasiona es difícil controlarlo. Centrémonos.

"Armas chinas, Ruffo pagadas con rublos rusos. El acero vino de una siderurgia  de Alemania oriental pagado con francos franceses y fueron traídos aquí por una aerolínea africana, subsidiaria de los Estados Unidos".
                                                                                                               Curry a Ruffo.

La situación social y geográfica nos anticipa la verdadera historia de este último tren a Katanga (título traducido que, curiosamente es más realista que el alegórico del original), es decir antes del hecho, su crítica. Los mercenarios, Curry (Rod Taylor) y Ruffo (Jim Brown) llegan al aeropuerto de la capital. Allí les reciben grupos de turistas, minorías blancas y mayorías negras que tienen todos algo en común, la huida. Todo el mundo quiere coger el primer avión para alejarse del lugar mientras que los protagonistas, realizan el movimiento contrario, adentrándose en la sitiada urbe. Después de un pequeño envite con uno de los cascos azules allí desplegados, Curry se da cuenta de un pequeño detalle. El coche que les llevará a ver al mismísimo presidente de la república, tiene varios impactos de bala en su cristal. Una nimia observación, una gran declaración de principios. Las calles de la ciudad, poblada por militares refrenda la tensa situación.
La crítica abre el film y durante el mismo, irá dejando fogonazos analíticos, como la frase anterior, que deja en una situación sonrojada a películas actuales como Diamante de sangre (2006) de Edward Zwick, de la cual se abastece en algunos momentos. Pero no nos olvidemos que nos encontramos ante una ficción. Regresemos al centro narrativo de la misma.  El objetivo de la misión, camuflado por la salvación de los civiles de un poblado minero, no es otro que la obtención de unos diamantes. De hecho será la fatalidad del objetivo la que acabe en matanza civil. Los Mercenarios y el pueblo entero tienen que esperar a que la cámara acorazada se abra, sino el viaje no habrá surtido el efecto deseado. Otro varapalo al supuesto interés humanitario de la misión, construido sobre el símil de la atención europea sobre el suelo africano, escenificado en la extracción de sus materias primas. A partir de este momento, el realismo encarnizado es el protagonista. Hasta ahora habíamos asistido a momentos más o menos típicos de estas películas (Doce del patíbulo, El desafío de las Águilas o Comando Patos Salvajes): el reclutamiento del comando, las secuencias de transición, los diálogos entre camaradas, las vistas exóticas (¡que se repiten varias veces!). Si bien es cierto que todo es bastante tópico, también lo es la existencia de una tensión que va dinamitando la estructura narrativa avocando a la aventura a un plano más moral que físico (aunque la película contenga secuencias de gran dureza como describiremos), jalonando el trayecto de momentos desasosegantes (el homicidio de los dos niños, el combate con la sierra eléctrica), hasta llegar a la realidad más aterradora.
El vagón que llevaba a los habitantes del pueblo hacia la libertad, alejándose de los Simba, se desengancha del convoy ferroviario devolviéndolos a la estación y a las hordas hambrientas de éstos. La secuencia es escalofriante. Manos de niños, mujeres y hombres saliendo por las ventanas, pidiendo ayuda. Entre sus ocupantes, algunos prefieren tirarse al río antes que caer en las manos de sus captores. Lo que sigue está rodado desde la lejanía, pero es brutal. Los Simbas asaltan el vagón empezando a matar a sus ocupantes. Se oyen constantemente alaridos y chillidos, entremezclados con risas y carcajadas. Los diamantes se han quedado en poder de los rebeldes y los mercenarios tendrán que ir a buscarlos. La incursión en el poblado minero es dantesca. Prisioneros sodomizados, mujeres repetidamente ultrajadas, hombres arrastrados por el suelo, prisioneros descuartizados o quemados vivos. La película nos proponen entrar en el infierno humano para echar un vistazo. El film posee la envergadura del típico producto o subproducto genérico hollywoodiense a que nos tienen acostumbrados, pero la implantación del realismo (yo diría que del hiperrealismo) en el interior de su propuesta, produce un efecto colateral que lo disimula, alejándolo de su objetivo, entretener, para potenciar otro acercamiento metanarrativo, analizar. De esta manera podemos descubrir la película con otros ojos. Contemplar la  relación profesional y sentimental entre los dos mercenarios, Curry y Ruffo, los gestos de camaradería en el tren por ejemplo (momento en el que los dos están desgastados, desilusionados y uno duda de su trabajo y el otro sueña con un mundo mejor; el primero más pragmático sobrevivirá y el segundo, no). La mirada de Curry en busca del asesino de su amigo y después su rostro cuando voluntariamente se entregue pero quizás, donde la película se pliega, donde mejor se refleja, sea en la secuencia final.


"Venimos de la noche". Es lo que le dice el oficial Kataki (Bloke Modisane) al mercenario Curry cuando lo ve ensangrentado y sus ropas roídas por la ferocidad del combate, al cual ha asistido. Curry esta a cuatro patas refrescándose en la ribera del río, donde ha matado a su contrincante. La lucha ha sido feroz, y sobre todo, la forma de filmarla. Un enfrentamiento entre dos hombres que utilizando incluso sus manos desnudas, provocan solo mirando las imágenes, escalofríos. Cómo jadean los dos, cómo gritan ambos por los golpes. La dureza del paisaje agreste multiplica la sensación de rudeza de los planos. En algunos momentos, los dos hombres se encuentran colgados de unas lianas, dándose patadas. La lucha es la llave para abrir al espectador su cota de moralidad. La rabia es representada, nacida de la venganza de uno y del fracaso del otro. Uno desea sangre y el otro solo escapar. Eliminamos la palabra Hombre de estas frases descriptivas deliberadamente. Lo que el espectador esta viendo no es humano. La frase de Kataki, resume la transformación de la naturaleza humana, dejándola en cueros. La maldad empuja la acción; a uno a asesinar a sangre fría y a otro a vengar la muerte de un amigo.


¿Qué tal si tiramos de cronología? Año 1981, se abre la caja de Pandora o más bien un Arca. Es el año del estreno de En busca del Arca Perdida (Steven Spielberg). En 1983 llega a nuestras pantallas La Gran Ruta hacia China (Brian G. Hutton) o la revancha de Tom Selleck de la cual ya hablamos (Sesión continua. II. Génesis). Continuamos con el año siguiente que viene cargado. Se estrena Indiana Jones y el Templo Maldito (Steven Spielberg) pero no lo hace solo, aparece el amigo Robert Zemeckis y nos trae Tras el Corazón Verde. El año 1985 más de lo mismo, se despierta con su secuela La Joya del Nilo (Robert Zemeckis) y la Canon saca la versión moderna de Las Minas del Rey Salomón (J. Lee Thompson) con un formidable Richard Chamberlain, además la Orion aparece en escena con La aventura más milagrosa jamás contada (Jim Kouf). En el año siguiente,  la Cannon propone la secuela de Las minas del Rey Salomón con Quatermain y la Ciudad Perdida del Oro (Gary Nelson) y se apoya en un duro, Chuck Norris para El Templo del Oro (J.Lee Thompson). Y Acabamos con 1988 con El Misterio de la Pirámide de Oro. ¡Uf! ¡Vaya trasiego!
Por descontado no incluyo en esta lista a todos los subproductos de producción Z que copiaron hasta la extenuación al arqueólogo más famoso de todos los tiempos. Y si bien es cierto que el amigo Junior finiquita la década con la Última cruzada (1989), es Vibes quien sella el subgenero de la comedia romántica de aventuras, que después volverá con momias y 3D pero ya no será lo mismo. La inocencia del espectador ha cambiado. Además se tratan de producciones con mucho mayor presupuesto, llenas de efectos especiales, vacuas, planas y, aunque alguna contenga algún que otro momento interesante, no podrán competir con sus sucesoras.
La ironía de todo esto es que las películas que beben del Santo Grial Jonesiano, se separaran de éste para aventurarse por otros derroteros. Todas las películas que he citado poseen elementos comunes como el lugar exótico, los peligros inherentes y la acción desbordada que las emparenta con la tetralogía del doctor Jones pero algunas además, realizando verdaderos trabajos de prospección genérica, intentarán separase de dicho canon. ¿Y qué género auscultar? La comedia y dentro de ésta el lado más romántico. ¿Por qué?
El empuje narrativo de las películas de Indiana Jones era brutal con la propia diégesis, desplazando las subtramas a los márgenes de la historia, convirtiéndolas en remansos de paz. Eran situaciones menos estresantes donde la relación entre Jones y Marion por ejemplo, se posicionaba protagonista aunque fuese por escasos minutos y donde sus creadores rendían pleitesía al cine clásico norteamericano. Pues bien, en algunas de las anteriores películas y en El misterio de la Pirámide de Oro en particular, no se produce ese desplazamiento al extrarradio narrativo, dando prioridad absoluta al nacimiento, desarrollo y conclusión de la trama romántica teñida de comicidad que en algunos momentos se engalana de guasa. Salvando un prólogo y epílogo fascinantes, enganchando la premisa del espectador y manteniéndola en vilo para coronar su agrado o su decepción, lo que tenemos a continuación es una comedia dual. De carácter geográfico, la acción se divide entre Nueva York y Ecuador, entre el mundo urbano y moderno frente al ecosistema rural y arcaico, y de carácter formal, la idea de la confrontación de los opuestos. La pareja es totalmente antitética como lo son los lugares donde se va a desarrollar la trama. La clásica lucha de sexos hollywoodiense donde la oposición entre elementos es garante de la narratividad, cimentándose en unos diálogos chispeantes, situaciones jocosas y momentos de burla descarada. El plano final de los dos es ejemplar al respecto. Se dedican miradas cómplices ente ellos y después lo hacen frontalmente, dirigiéndose a la cámara, catapultando la complicidad al espectador.


Ellos son Nick Deezy (Jeff Goldblum) y Sylvia Pickel (Cyndi Lauper) y el tipo de más arriba es Harry Bucafusco (Peter Falk). Los dos serán contratados por éste último con el fin de encontrar a su hijo perdido en los Andes. Y aquí viene lo gracioso, la formula generica se reproduce descontroladamente como si se tratase del pelo de la protagonista, abriendo la puerta a otro genero popular como es el fantástico. Han sido elegidos porque ambos poseen poderes psíquicos. Él palpando objetos (impagable la secuencia con su novia cogiendo sus bragas), puede adivinar su procedencia y ella tiene una guía espiritual llamada Louis, que la proporciona un sentido adivinatorio. Si a eso le añadimos que el señor Buscafusco es un auténtico caradura pero encantador que solamente le mueve su pasión por el oro, transformando la búsqueda de su hijo en una mentira para encontrar el Salón de Oro, la narración se desboca como caballo de carreras, edificando secuencias delirantes como la acontecida en el Hospital del pueblo andino. Aquí entras en un bucle cómico donde no sabes muy bien donde agarrarte, incluso parece que los propios personajes se toman a cachondeo su propio sentido en la función, es decir su cuestionamiento frente a la narración. No importa la credibilidad, lo esencial es el componente lúdico. Los personajes llegan al hospital en busca de información y se presentan ante el amigo de Buscafusco, el surrealismo entra en escena. Hasta este momento hemos asistido a todo tipo de desmanes cómicos y faltaba el más radical. Existen momentos de locura que envuelve no solo la relación interna de los protagonistas con otros personajes, sino con su contexto. La secuencia de baile en el Hotel ecuatoriano es muy sintomática.    


Nick y Sylvia llegan al bar del hotel y para camuflar su misión delante de otro compañero psíquico, deciden pasarse por una pareja de enamorados, empezando a bailar un tango muy sui géneris. La danza va anclando la relación personal de ambos (nunca sus cuerpos han estado tan juntos), pero al mismo tiempo los empuja hacia el otro, haciéndoles maquinar una estrategia para poder despistar. Lógicamente no surtirá el efecto deseado en los protagonistas pero si en la narración, bifurcando sus caminos y por tanto las opciones, añadiendo más comedia al asunto. El extraño no se creerá a los enamorados y mandará un regalito a Nick. Éste dejará a Sylvia en las garras de un auténtico Don Juan, nada más y nada menos que el embajador de España (en la versión original) y ella verá truncada su exporádica relación diplomática, por mediación de su compañero que tratará de salvarla sin tener muy buena suerte al respecto, golpeando la efigie política de su señoría española. Resumiendo, tenemos una película que en teoría es un sucedáneo de otras películas de aventuras pero que en la práctica, va por libre enredando varios géneros a la vez.
Si alguna vez la aventura estuvo en tal tesitura de alteridad, se lo debe a películas como éstas que nos hablan entrelineas. Solamente tenemos que escuchar. El problema es que por desgracia, eso ya no lo hacemos. Simplemente vemos las películas sin observarlas detenidamente, incluso éstas que conforman la sesión continua.



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